La Fundación acoge con brisas de sosiego
a un blanco ratoncillo para quien forman nido
las manos de mi novia. Lo miro confundido
y ella musita: Pobre ratón ciego.
A entender no me atrevo la pupila insistente
de esa mujer que avisa de engaños y agonías.
La Fundación me ampara, me colma de alegrías.
Los compañeros ríen tenuemente.
Blancas cunas del sueño para un ratón herido,
libros, manjares, música, televisor, bebidas.
Espectrales riquezas, formas desvanecidas
si me despierta el aire estremecido.
Dormiré. Que el fantasma de mis brazos ansiosos
palpe ilusorios bienes, la imagen de la amada.
Si escondo alguna culpa, de nadie sea notada.
Oír no quiero avisos misteriosos.
Dice una voz amiga: La sombra de las rejas
astilla tu campana de cristal irisado.
Por sus facturas negras la novia se ha escapado.
Quiebra también tus cobardías viejas.
Has de excavar un túnel angosto, frío y duro,
para ganar los soles, las fuentes y los valles.
Una topera honda a cuyo extremo halles
otro paisaje esmeraldino y puro.
En él te aguarda ella: tierna figura viva
junto a una transparente Fundación de diamante.
Beatriz recordaba por otro humilde Dante
que huella al fin la tierra decisiva.
Y yo aún querría el túnel ignorar, el martirio
de obligarme a zaparlo con desolladas manos.
Quisiera todavía reclinarme en los vanos
espectros que acristalan mi delirio.
Pero los compañeros de risa misteriosa
salieron uno a uno, con miedo y con coraje,
por una innoble puerta, no a un túnel, no a un paisaje,
sino al encuentro de su propia fase.
Minaremos entonces, tú y yo, supervivientes,
la Fundación helada, los obstinados muros.
Quizá amanezca el día tras sótanos oscuros
donde la nada mueve sus torrentes.
Clara centella alcemos, que su fulgor avanza
mientras reptamos sucios, famélicos, atroces.
De las cegadas voces parecen llevar voces.
Todo nos falta menos la esperanza.
Antonio Buero Vallejo
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